El caballero de la orden de las Sagradas Espinas, sir Edgar Ironcrown, resultó ser un hombre entrado en años, un anciano al que la armadura le venía grande y encorvaba su figura por el peso. Aunque su mirada aún era severa y cuando cabalgaba parecía uno con su montura por el dominio que exhibía.
Randall hizo muchas preguntas a aquel caballero nada más salir de la abadia deseoso por conocer el mundo exterior.
-¿A donde vamos señor?, ¿está muy lejos?, ¿es cierto que existen los dragones?, ¿vamos a ver a un rey?, ¿veremos elfos?, ¿ha matado a muchos hombres?, ¿es...
-¡Calla de una vez muchacho! ¿Es que esos monjes no te han enseñado las virtudes de la contemplación interior? -interrumpió abruptamente el paladín a la par que detenía al caballo- Guárdate esas energías y no me marees, todo a su debido tiempo.
Continuaron el camino, se detuvieron para descansar, lavarse, recoger agua, y así jornada tras jornada, en absoluto silencio, salvo las órdenes justas del paladín que con prontitud obedecía el escudero.
-Ya puedes hablar chico ahora que has atemperado tu mente -dijo Sir Edgar a Randall-. Dime ahora, ¿qué quieres saber realmente?
El muchacho bajó la mirada hacia el suelo dubitativo y por fin se atrevió a preguntar- ¿por qué yo Sir Edgar? ¿por qué no puedo seguir la senda de los hermanos de la orden en la abadía?
-Muchacho, te puedo decir que altas instancias han movido sus hilos para que me acompañes allá a dónde vamos -hace una pausa-. Una sagrada misión me ha sido encomendada, y tú me habrás de ayudar, pues soy viejo para errar por estos caminos sólo, mas no te fies de las apariencias ya que aún me basto para enfrentarme a un dragón -y le hizo un guiño al joven.
A partir de entonces la relación fue más amistosa, el viejo cascarrabias contaba anécdotas de su juventud y Randall aprendía los quehaceres de un paladín, cómo vestir una armadura completa, mantener el filo de la espada, cambiar las herraduras, y sobretodo hallar la sabiduría necesaria para aplicar en todo momento el dogma del Quebrado.
"Ayuda a todos los que estén doloridos, no importa quienes sean. Los verdaderamente santos toman el sufrimiento de los demás. Si tú sufres en su nombre, Ilmáter estará allí para sostenerte. Únete a tu causa con firmeza si es justa, sea cual sea el dolor o el peligro. No hay ninguna vergüenza en una muerte llena de significado. Oponte a los tiranos y no permitas que una injusticia quede sin oposición. Enfatiza la naturaleza espiritual de la vida sobre la existencia del cuerpo material".
[...]
-Ya nos acercamos, Randall, tras aquellas colinas hay un pequeño pueblo donde nos hemos de reunir con otros, todos en cumplimiento de la sagrada misión, y nos esperan en la posada -el tono del anciano bajó hasta ser casi un susurro-. No te fíes de todos ellos pues algunos no serán de corazón noble y en su lugar han dejado que la podredumbre y la corrupción gobiernen sus actos.
-Sir Edgar, ¿y qué clase de sagrada misión puede ser esa que reúna a toda esa gente?
-Eso, mi buen Randall, está más allá de mi comprensión y no te puedo dar una respuesta veraz, sino tan solo elucubraciones de viejo chocho.
Randall hizo muchas preguntas a aquel caballero nada más salir de la abadia deseoso por conocer el mundo exterior.
-¿A donde vamos señor?, ¿está muy lejos?, ¿es cierto que existen los dragones?, ¿vamos a ver a un rey?, ¿veremos elfos?, ¿ha matado a muchos hombres?, ¿es...
-¡Calla de una vez muchacho! ¿Es que esos monjes no te han enseñado las virtudes de la contemplación interior? -interrumpió abruptamente el paladín a la par que detenía al caballo- Guárdate esas energías y no me marees, todo a su debido tiempo.
Continuaron el camino, se detuvieron para descansar, lavarse, recoger agua, y así jornada tras jornada, en absoluto silencio, salvo las órdenes justas del paladín que con prontitud obedecía el escudero.
-Ya puedes hablar chico ahora que has atemperado tu mente -dijo Sir Edgar a Randall-. Dime ahora, ¿qué quieres saber realmente?
El muchacho bajó la mirada hacia el suelo dubitativo y por fin se atrevió a preguntar- ¿por qué yo Sir Edgar? ¿por qué no puedo seguir la senda de los hermanos de la orden en la abadía?
-Muchacho, te puedo decir que altas instancias han movido sus hilos para que me acompañes allá a dónde vamos -hace una pausa-. Una sagrada misión me ha sido encomendada, y tú me habrás de ayudar, pues soy viejo para errar por estos caminos sólo, mas no te fies de las apariencias ya que aún me basto para enfrentarme a un dragón -y le hizo un guiño al joven.
A partir de entonces la relación fue más amistosa, el viejo cascarrabias contaba anécdotas de su juventud y Randall aprendía los quehaceres de un paladín, cómo vestir una armadura completa, mantener el filo de la espada, cambiar las herraduras, y sobretodo hallar la sabiduría necesaria para aplicar en todo momento el dogma del Quebrado.
"Ayuda a todos los que estén doloridos, no importa quienes sean. Los verdaderamente santos toman el sufrimiento de los demás. Si tú sufres en su nombre, Ilmáter estará allí para sostenerte. Únete a tu causa con firmeza si es justa, sea cual sea el dolor o el peligro. No hay ninguna vergüenza en una muerte llena de significado. Oponte a los tiranos y no permitas que una injusticia quede sin oposición. Enfatiza la naturaleza espiritual de la vida sobre la existencia del cuerpo material".
[...]
-Ya nos acercamos, Randall, tras aquellas colinas hay un pequeño pueblo donde nos hemos de reunir con otros, todos en cumplimiento de la sagrada misión, y nos esperan en la posada -el tono del anciano bajó hasta ser casi un susurro-. No te fíes de todos ellos pues algunos no serán de corazón noble y en su lugar han dejado que la podredumbre y la corrupción gobiernen sus actos.
-Sir Edgar, ¿y qué clase de sagrada misión puede ser esa que reúna a toda esa gente?
-Eso, mi buen Randall, está más allá de mi comprensión y no te puedo dar una respuesta veraz, sino tan solo elucubraciones de viejo chocho.
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