Personajes: Tlarl Les Nuer

domingo, 12 de abril de 2009

En los bosques cercanos a mi hogar acostumbraba a encontrarme con dos elfos verdes que había conocido en una cacería organizada por mis padres. Recuerdo cómo estaban agazapados observándonos mientras perseguíamos a un zorro. Todo el grupo se dirigía a la Colina Aullante cuando de repente apareció un gigantesco oso dirigiéndose hacia los retoños elfos. Mi padre ni se inmutó y siguió cabalgando ordenado a los dos lanceros que se encargaran de animal. El oso se acercó a Loret y Manrs los cuales no mostraban ningún ápice de temor. Decidí quedarme a observar la escena.

Los lanceros se acercaron blandiendo sus afiladas armas mientras bebían sendas pociones. Los niños empezaron a cantar una melodiosa canción que hubiera calmado cualquier disputa o querella en condiciones normales. Pero mi familia y toda su prole no eran muy normales. Su soberbia los cegaba y su codicia les anulaba su raciocinio. Apartaron a los niños sin ninguna contemplación y atacaron al plantígrado con toda su potencia marcial. El combate fue encarnizado pero finalmente mataron al animal no sin antes recibir uno de ellos una herida mortal. Bajé de mi caballo y le facilité una poción curativa que le restableció con presteza. Ese fue mi error. Mi querido padre hubiérame perdonado si tan sólo la demora tuviera que explicar. El hecho de ayudar a unos soldados profesionales representó una ofensa para el lancero y un desacato a la autoridad de mi progenitor. Mi padre me castigó durante mucho tiempo sin poder salir del hogar. Además me impuso un castigo mágico que me impediría hablar correctamente. Tendría de por vida tics nerviosos y un tartamudeo que impediría hablar con soltura cualquier conversación. No así me ocurría cuando lanzaba hechizos que notaba cómo la fuerza vital me pasaba por la columna esperando ser liberada. 


Como decía, continué viendo a los dos elfos verdes. Me enseñaban las costumbres y los rituales de la tierra. La verdad es que me encontraba muy bien conmigo mismo, no tenía la sensación angustiosa de estar siempre preocupado por lo que los otros decían. Por lo que pensaban y por cómo quedar bien en todo momento y lugar. Tampoco le pareció bien que tuviera tanta buena relación con los inferiores y salvajes elfos verdes. Así que pretendiendo separarme urdió un plan con la moraleja interna de “la distancia enfría la relación”. Habíamos llegado a congeniar mucho cuando mi padre decidió que avanzaría el traslado a la capital para continuar mi estudio de las artes mágicas. No era necesario el traslado ya que evidentemente teníamos tutores y mentores de todo tipo. Mi padre nunca se estaba de nada a la hora de demostrar que puede conseguir lo mejor de lo mejor.

La distancia se produjo pero con mi padre. Fue un descanso el poder respirar sin tener que pedir permiso. El poder hablar sin que se rieran mis hermanos. Conocí a otra elfa que tenía el mismo castigo mágico añadiendo la amputación del dedo meñique. Nunca le pregunté a Cloe porqué le había sido impuesto el castigo. Nuestra amistad se convirtió en camaradería y finalmente en romance. Llegaron a oídos de mi familia la relación desarrollada con la elfa y fue entonces cuando se me concedió el permiso para viajar fuera de la isla para hacer tareas diplomáticas con las diferentes ciudades de los humanos. 

Y así estamos. Viajando de un lugar a otro. Aprendiendo la magia y arrastrando la maldición del habla. Te encuentro a faltar, mi Cloe.

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